En el principio el hombre abandonaba a sus muertos,
Hace cincuenta mil años comenzó a cavar tumbas.
En la piel de las cavernas cinceló sus miedos bellísimos:
descubrió la poseía.
Por eso estamos aquí,
aventando palabras contra el cielo indiferente.
Cecilia, mi hija, juega con sus años:
cuatro guijarros de colores.
La vida pasa tan rápido, César, que una tarde
la miraremos salir para el parque
y regresar hermosísima mujer.
Así es, César, la vida huye tan rápido
que uno de estos días deberíamos tratar de decir la verdad.
Por favor, qué ocurrencia.
¡El mayordomo tenía órdenes estrictas
de tirarle la puerta al pasado!
Porque jóvenes áureos,
en las breñas del horror de América combatían entonces
por un mundo más bello.
Mortalmente heridos caían
más que por la metralla llagados por sus sueños.
Hermosos nacían a la muerte.
Mientras nosotros tatuábamos poemas olvidados
en cuerpos olvidados de mujeres olvidadas.
En chinganas de mala muerte cauterizábamos nuestra melancolía
bebiendo aguardiente que no era Agua Ardiente.
Lenin no apreciaba a los poetas:
corto groseramente a un poema de Maicovski.
Vladimir Maicovski se mató.
Pero Lenin se equivocaba: el Che en su mochila
acribillados versos de León Felipe
y Javier Heraud llevaba una carta tuya en su chaqueta.
El impiadoso río Madre de Dios arrastró su cuerpo,
tu cuerpo, mi cuerpo, nuestra acribillada juventud, todo.
Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios.
¡Imposible erigir un mundo nuevo
sin desembarcar en las Indias entrevistas en nuestros sueños!
¡Hay que volcarlo todo, hay que quemarlo todo, hay que arrancarlo todo!
No permitir que vuelva a retornar jamás la misma realidad,
la misma familia, la misma agua, los mismos padres, la misma luz,
la misma patria, el mismo futuro, la misma tristeza, la misma religión, el mismo sol!
¿Quién se atrevería a absolvernos?
Un inmortal poema nos absolvería.
Pero los años han pasado y no hemos mencionado la Palabra Ígnea.
La vida es tan fugaz, César, que una de estas tardes saldrás a comprar cigarros
y regresarás a contar chistes en nuestros velorios.
Y ahora si te acepto un pisco.
Porque a pesar de esta tristeza, la vida vale la pena:
estoy alegre, estoy árbol, estoy exaltado, estoy luz.
Porque el hombre que esta más cerca de su muerte
que de su nacimiento necesita urgentemente ser feliz.
Hace cincuenta mil años, en la piel de las cavernas,
comencé a grabar este poema.
Por eso estoy aquí aventando palabras contra el cielo
indiferente.
1977
Manuel Scorza
(September 9, 1928 - November 27, 1983)