Source: EL PAIS
(...)
La verdadera revolución socioeconómica empezó a mediados de la década de 1980 y principios de la de 1990 sin que entendiésemos lo que estaba pasando. Entonces nos parecía emocionante esa combinación de cambio geopolítico y final de la Guerra Fría mezclado con la revolución de las comunicaciones y la invención de Internet. Pero esos cambios también trajeron consigo la liberalización económica, la liberalización de los mercados financieros, el fin de las barreras comerciales y la expansión de la globalización. Empezamos a advertir la fragmentación de las lealtades colectivas o tribales. Los sindicatos, las organizaciones religiosas, los partidos políticos y las asociaciones militares comenzaron a decaer al mismo tiempo. Un escepticismo creciente ante la autoridad dio lugar a una sociedad mucho menos deferente, y otras transformaciones contrarias a la jerarquía tuvieron como resultado una informalidad mucho mayor en los centros de trabajo. El énfasis se ponía en el individuo. A eso era a lo que se refería Margaret Thatcher con su tristemente célebre frase: “No existe eso que llaman sociedad”.(...)Tal vez no resulte sorprendente que en muchas partes del mundo estemos presenciando una política de la ira incoherente manipulada por el engaño deliberado. Hace tiempo que soy nítidamente consciente de que la honestidad intelectual es la primera víctima de la indignación moral. Cuando la gente se identifica apasionadamente con una causa o un asunto, en su inconsciente se siente legitimada para estirar la verdad y hasta inventar estadísticas que apoyen su tesis. Pero ahora hemos entrado en una auténtica era de la “posverdad”, en la que, a juzgar por los argumentos a favor del Brexit en Gran Bretaña, de Trump en Estados Unidos, o de los nacionalistas extremos en Europa, se diría que la verdad ha dejado de tener importancia. Los demagogos y sus acólitos imitan la táctica estalinista: cuanto mayor es la mentira, más potente es su efecto. Pero esto conduce a la muerte de la democracia. Solo las dictaduras medran en la falsedad. La democracia no puede sobrevivir sin una base de respeto hacia los demás, acompañada por el respeto a la verdad.
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