Nota del traductor (precede al poema y su versión en la edición de El País):
En el Canto X de Os Lusíadas, Luis Vaz de Camões (Lisboa, aprox.
1524-1580) inicia el relato del retorno a Portugal de su héroe, Vasco da
Gama. En el camino, Venus premia al héroe y a sus marineros por su
triunfo en las Indias con una “isla del amor” habitada por ninfas. Una
de ellas, Tetis, lleva a Gama a una cumbre donde le muestra la
platónica, prístina “Máquina del Mundo”. Es un globo, “Uniforme,
perfecto, en sí sostenido”, brilla desde el centro hasta la superficie y
reproduce toda la mecánica celeste, lo que fue y lo que será. El héroe
ve entonces “lo que no puede [ver] la vana ciencia/ de los errados y
míseros mortales”.
Es uno de los momentos altos (y lo de altos va en varios sentidos) del
poema de Camões. Si para muestra basta un botón, sirvan estas estancias
(79 y 80) que traduzco, situadas en el comienzo del discurso de Tetis:
(…)
Dice la Diosa: “El modelo, reducido
en pequeño volumen, aquí te doy
del Mundo a tus ojos para que veas
por dónde vas e irás y qué deseas.
Ves aquí la gran Máquina del Mundo,
etérea y elemental, que fabricada
así fue del Saber, alto y profundo,
que es sin principio y meta limitada.
Quien cerca alrededor este rotundo
globo y su superficie tan limada
es Dios: mas lo que es Dios nadie lo entiende,
que a tanto el genio humano no se extiende.”
En 1951 Carlos Drummond de Andrade (Itabira, Minas Gerais, 1902-1987) publica el libro Claro enigma,
un grupo de poemas en explícita sintonía con los clásicos (Camões entre
otros), bajo el epígrafe de Paul Valéry “Les événements m’ennuient”
(“los acontecimientos me aburren”). En este libro aparecerá el poema “La
máquina del mundo” (así, con minúscula), que establece inmediatamente
un diálogo con la Máquina del Mundo de Camões y sin duda con la Divina Comedia, de la que reproduce la estructura en tercetos, con la métrica de las terzas de Dante (lo que la prosodia española llama “endecasílabos” y la portuguesa llama “decasílabos”).
Pero si Vasco da Gama y Dante conocían durante su marcha una revelación y
llegaban al Paraíso y a Lisboa, el hombre que anda por este camino de
Minas Gerais -la tierra natal de Drummond-, también en viaje inhóspito
(el camino pedregoso, como la selva oscura o las tormentas promovidas
por los dioses enemigos), es más bien el hombre laico, que en medio del
siglo XX resulta incapaz de aceptar la revelación de la máquina del
mundo, la que sin embargo se presenta en medio del camino y enseña “la
naturaleza mítica de las cosas”.
El poema guarda en buena medida el lenguaje clásico. El hombre cansado
está “laso”, e, indiferente, es “incurioso”. Pero la marcha del hombre
de Drummond, en estos endecasílabos blancos, acaba en un fracaso, o en
una caminata sin sentido conocido ni “derrotero” por el sendero
pedregoso de Minas Gerais.
Se trata de un poema difícil y, sin embargo, tan claro como el oxímoron
del Claro Enigma que es el nombre del libro que lo contiene. Exige
bastante del lector, como suele hacerlo la poesía, y tal vez se acceda
realmente a él después de varias lecturas. Esos días en que los lectores
estamos “lasos” e “incuriosos”, es mejor que nos abstengamos de la
lectura. Va recomendada en cambio para quien quiera penetrar en lo mejor
de la lírica en idioma portugués, y entrever, quizás, la “máquina del
mundo”.
Obra canónica, si las hay, el poema conoció otras traducciones al español, pero esta que ofrece El País Cultural,
además de intentar superar algunos posibles errores, tiende a la
literalidad justamente porque se presenta junto al original, con la
intención de oír al otro y, dentro de lo posible, de invitar al lector a
aventurarse en él y con él. El camino puede ser arduo, pero éste no
resultará “pedregoso”.