Y así como a Don Lucho, mañana, a ti, también, pueden sacarte los muebles a la calle. Será como abrirte el estómago y dejar, a la mirada pública, tus intestinos: lo más íntimo que tienes. Entonces, después de muchos años de trabajo, comprenderás que nunca tuviste un pedacito de tierra para vivir, que todo lo tuyo fue ajeno, que ni siquiera eres dueño de tu patria. Y todos estarán contra ti: los pobres sólo verán, desde lejos, tu desgracia; los ricos dirán que fuiste un hombre sin voluntad, que te faltó energía para conquistar un sitio en tu país. Y si reclamas, la fuerza del orden te acusará de rebeldía y, violentos, te enseñarán los deberes de todo buen ciudadano. La iglesia te aconsejará paciencia, humildad; los políticos te prometerán un cielo terrenal a cambio de un voto; los sabios et avergonzarán al demostrar que no supiste emplear la inteligencia para hacer fortuna; los poetas señoritos verán tus cosas en la calle y luego cantarán al geranio de tu maceta rota o a tu gato que juega sonámbulo con el sol; los escritores puros tomarán debida nota de tu tragedia y escribirán un cuento perfecto en donde tú sólo serás un personaje interesante para sus artificios verbales. Y será anti-literario, nada formal, para los críticos de los diarios de Don Manuel, dialogar contigo, a través de esta novela, decirte que la revolución socialista depende de la acción colectiva y consciente de todos los que, como tú, no tienen un pedacito de tierra en su país, para vivir.
En Octubre No Hay Milagros
Oswaldo Reynoso
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