Tuesday, February 15, 2011

Contactándonos con Charles Bukowski

“POR MUY PEQUEÑO QUE SEA UN HOMBRE, SIEMPRE DESCUBRIRÁ QUE PUEDE SERLO MÁS”. Contactándonos con Charles Bukowski (*)

Quería tomar algo y fui al Antro Azul. No era que el sitio se llamara exactamente de esa manera; es más, que yo recuerde no tenía ningún nombre, pero era de verdad un antro a las justas iluminado por una pastosa y mortecina luz azul que se desparramaba por las paredes, oprimiéndole a uno el alma y tiñéndolo todo de color muerte. Así que normal, pues: el Antro Azul. Estar ahí sentado hacía que uno se sintiera desgraciado, desequilibrado o al borde de la locura, pero la cerveza era barata y no le añadían agua... aunque los tequeños no supieran a queso ni a nada semejante. Como siempre, ahí no había ni un alma, salvo un viejo escandaloso situado al final de la barra que a gritos me pedía que le comprara una cerveza. “¡Chevecha, chevecha!”, escuchaba. Estaba por decirle que se la comprara su vieja cuando en esa añeja y en apariencia bombardeada cara reconocí a Charles Bukowski, el viejo indecente. No tenía para pagar otra chela, pero aún así, ni cojudo, le acerqué la mía y aproveché para pedirle una entrevista; el bueno de Hank me miró con ojos severos y pidió por ella 500 dólares.

Por: Fernando González Nohra
F.G.: No seas malo, pues compadre, esto es lo único que puedo darte.
C.B.: Es una pena, por 500 dólares soy capaz de convertir a Burt Reynolds en lesbiana. Pero estoy aburrido, así que a ver si dejas de mirarme tanto y empiezas de una vez.

Es que tienes una cara de... ¡mjm! Perdón, una cara especial, como si hubieses llegado al final de algo.
Yo creo más bien que es una cara parida a golpes, tuve granos como forúnculos. Además, en 1989 superé una tuberculosis.

Eres un tipo duro, el chico malo, el estlit faitel...
Sí, soy el mito. El incorruptible, el único que no se ha vendido. Mis cartas se subastan en el Este por 250 dólares. Y yo no puedo comprarme una bolsa de pedos. ¿Qué dices de eso?

Nada, aparte de que es un chiste viejo. Bueno, ya: hay gente que dice que tu literatura se parece un montón a la de Hemingway. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Que están equivocados: el tipo sabía escribir, pero no sabía reírse.

Ya que descartamos a Hemingway, ¿cuáles consideras que fueron tus influencias? Mejor dicho, ¿tuviste alguna?
Claro, cómo no. Al principio lo fueron Céline y Knut Hamsun... hasta que conocí a John Fante, el único al que he podido besarle el culo. Luego me gustó Camus, pero cuando empezó a hacer discursos en las academias, murió su fuerza de escritor. No fue un accidente de automóvil lo que lo mató, no. Por eso ahora mi principal influencia soy yo mismo.

¡Asu, qué tal moralón! Entre tus libros de cuentos, novelas y poemas, se ve que escribiste un huevo. ¿Qué es lo que quisiste decir con tu obra, qué buscabas con ella?
Nada, mi obra no tiene un significado especial que yo sepa. Yo no buscaba justicia ni lógica. Nunca lo he hecho. Quizás por eso nunca escribí cosas de protesta social. Para mí, la estructura entera carecería siempre de sentido, al margen de lo que hicieran con ella. Realmente no puedes sacar nada bueno de algo que no está ahí.

¿Qué piensas entonces que es lo más importante que ha dejado tu escritura?
He recibido muchas cartas de gente que afirma que mi escritura le ha salvado el pellejo. Pero yo no la escribí para eso, la escribí para salvar mi propio pellejo. Eso es lo primero que debe hacer la escritura. Si lo hace, entonces será automáticamente jugosa, entretenida.

Leyéndote uno al toque se da cuenta de que disfrutabas escribiendo tu obra, que gozabas con ella. ¿Esto la hace buena?
Sólo existe un juez definitivo de la escritura, y es el escritor. Puedo asegurar que el dolor no crea la escritura sino que la crea el escritor, cuanto más viejo es un escritor, mejor debería escribir; ha visto más, sufrido más, perdido más, está más cerca de la muerte. Esta última es la mayor ventaja.

Ya que tocamos el tema: el suicidio, tanto como el dolor y la muerte –aparte, claro, de las putas y de las borracheras–, ha sido siempre un tema recurrente en tus textos. ¿Por qué esto?
Hay algo en mí que no puedo controlar. No puedo cruzar un puente con el coche sin pensar en el suicidio. Nunca puedo contemplar un lago o un océano sin pensar en el suicidio. Bueno, tampoco le doy demasiadas vueltas. Pero se me aparece de repente en la cabeza: SUICIDIO. En cambio la muerte tenía muy poco significado para mí. Era la última broma de una serie de bromas pesadas.

Muchos de los que se ensañan con tus huevos se justifican en el hecho de que te centraras tanto en el fracaso y en la figura del perdedor como motivo de tu obra.
Es que el conocimiento es, si no se aplica, peor que la ignorancia. Yo no era un hombre que pensara, yo me movía por lo que sentía y mis sentimientos se dirigían a los lisiados, a los torturados, a los condenados y a los perdidos, no por compasión sino por camaradería, porque yo era uno de ellos, y también trabajé por sueldos de miseria mientras un pez gordo violaba vírgenes de catorce años en Beverly Hills. Como ellos, yo estaba perdido, confuso, era indecente, miserable, miedoso y cobarde; injusto, y amigable sólo a ráfagas, y aunque estuviera jodido, sabía que eso no me ayudaba, no me curaba, sólo reafirmaba mis sentimientos.

En consecuencia no te consideras un intelectual
¿Quién, yo? Jamás. Un intelectual es un hombre que dice una cosa simple de un modo complicado; un artista es un hombre que dice una cosa complicada de un modo simple. Yo me considero un artista. Aunque lo soy muy raras veces. La mayor parte del tiempo no soy nada.

Solo un loco más, ¿no es cierto?
Pues sí, a veces la locura se hace tan real que deja de serlo.

Por eso los bares, el hipódromo, ¿ah? Las putas...

Ante la sola mención de estos lugares, Hank se sumió en el silencio, en lo que parecía ser el abismo insondable de su memoria. Pensé que de hecho el hombre preferiría estar timbeando. Y así un buen rato hasta que de pronto, con los ojos súbitamente anegados, encendió un pucho y me confió:

Cada quien está clavado en su cruz especial. Y el momento de buscar trabajo atravesaba con pedos y eructos mi loco horizonte. Iba a los hipódromos para intentar escapar de la fábrica, de la oficina de correos de los Estados Unidos. Iba allí buscando una oportunidad en la vida.

No te entiendo. Si después de que se te brindara, neciazo, seguiste siendo un asiduo a las carreras...
Te digo una cosa: he intentado alejarme del hipódromo, pero me pongo muy nervioso y me deprimo, y esa noche no tengo savia que infundir a la máquina de escribir. La humanidad hiede, y supongo que sacar mi culo de aquí me obliga a mirar a la Humanidad. Es sencillamente demasiado, un continuo espectáculo de los horrores. Me aterroriza. Pero también soy, hasta ahora, una especie de estudioso. Un estudioso del infierno.

El infierno de la vida diaria, ¿verdad?

Levanté la vista esperando su respuesta, pero Hank ya no estaba. Se había largado, y sin siquiera despedirse o agradecerme por la cerveza. Me dirigí al tipo de detrás de la barra y le pregunté si acaso había visto qué dirección tomaba el teclo en su salida. Dijo que no, por supuesto, que estaba loco, que me había pasado todo el rato hablando solo. Hasta las caiguas, la verdad... sobre todo porque no recordaba haberme chupado esa cerveza...

* Textos de las respuestas tomados de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, Shakespeare nunca lo hizo, Se busca una mujer, La máquina de follar, Música de cañerías y Escritos de un viejo indecente.

Monday, February 14, 2011

Perú: Mario Vargas Llosa, el sueño del Celta y el paraíso del diablo

Perú: Mario Vargas Llosa, el sueño del Celta y el paraíso del diablo

Por Róger Rumrrill

27 de diciembre, 2010.- Estaba esa mañana de abril en el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), en Iquitos, coordinando una reunión entre Jorge L. Chediek, representante residente de las Naciones Unidas en el Perú (ahora está en Brasil) y los investigadores del IIAP cuando recibí una llamada de Lima.

-El Dr. Mario Vargas Llosa quiere hablar urgente contigo-, me dijo mi esposa con un tono de apremio.

Casi automáticamente le contesté:

- Debe ser un error o alguien se está haciendo pasar por Mario Vargas Llosa. Hace cuarenta años que no cruzamos palabra con él -, le respondí incrédulo y de zopetón llegó a mi memoria esa llamada telefónica en la que me expresaba su felicitación, generosa y gentil, por unos poemas publicados en el suplemento dominical de “El Comercio” de un libro aún inédito y titulado El retorno de Axpikondiá sobre un mito fundacional de los indígena Tukano del Vaupés colombiano.

- No es un error. Me han dejado dos teléfonos y esperan tu llamada -, sonó casi imperativa la voz al otro lado de la línea.

Escuché que la secretaria que me contestó la llamada le decía: “Dr., tengo al teléfono al señor Róger Rumrrill”.

Su voz inconfundible exclamó al otro extremo de la línea:

- Róger, que alegría volver a escucharte después de tantos años. Siempre he estado leyendo cosas tuyas sobre la Amazonía y ahora tengo un gran interés en conversar contigo porque, como sabes, estoy escribiendo una novela sobre Roger Casement…-.

Tres días después retorné a Lima y fui, tal como habíamos acordado, a buscarle en su casa de Barranco.

- ¿Has llegado fácil a la casa? -, me preguntó dándome un abrazo cálido al tiempo que llamaba a su esposa, Patricia Llosa, avisándole que yo acababa de llegar.

- Mario, llegar a tu casa es muy fácil. Porque hasta la calle se llama Mario Vargas Llosa- le respondí y el ahora Premio Nobel de Literatura del 2010 rió de buena gana, al tiempo que me invitaba a conversar en la terraza de su casa barranquina.

Lo tenía frente a mí y dos ideas me asaltaron. La primera fue recordar la descripción que el notable crítico literario peruano, Ricardo González Vigil, me hacía de la concentración que pone Mario Vargas Llosa en los ojos, en la mirada, cuando habla de literatura. “Se interesa tanto por el tema, que da la impresión que se va a tragar a su interlocutor con la mirada.

Atrapa y devora todo. No se le escapa nada, ni el menor detalle”, me decía González Vigil.

La segunda idea fue aprovechar la ocasión para expresarle mi desacuerdo con su posición sobre los trágicos sucesos de Bagua de abril, mayo y junio del 2009 y la resistencia indígena frente a la política del perro del hortelano del presidente Alan García Pérez y su tesis de la utopía arcaica sobre la cosmovisión andino-amazónica formulada en su ensayo sobre José María Arguedas. Pero rápidamente pensé: “Este no es el momento y nos pasaríamos todo el tiempo discutiendo esos temas. Mejor hablamos sobre lo que a él le interesa”, me dije.

En efecto, lo que al autor de El sueño del celta le interesaba más que ninguno otro tema era hablar de Benjamín Saldaña Roca, el periodista que tuvo las agallas, el coraje y el atrevimiento de denunciar las tropelías de Julio C. Arana en el Putumayo en sus periódicos La Sanción y La Felpa en Iquitos de la primera década del siglo XX, de Roger Casement, el héroe irlandés de su novela y de tantos otros personajes y de la compleja, desmesurada y trágica realidad amazónica del ciclo del caucho. Sólo a los pocos segundos de haber iniciado nuestro diálogo me percaté que Mario Vargas Llosa había leído todo o casi todo sobre los sucesos del Putumayo y sus protagonistas. Con ese obsesivo rigor que le caracteriza para acopiar y acumular ingentes cantidades de información de toda naturaleza para la construcción de su universo narrativo, conocía los mínimos detalles de la historia del caucho y sus protagonistas.

Entonces, se me ocurrió darle algunas sorpresas. Porque, pensé, al mejor cazador se le va la paloma. “Y a este gran cazador literario creo que se le han ido algunas palomas amazónicas”, me dije asimismo.

Las presas que el cazador no había todavía cazado

- Entrevisté en los años sesentas del siglo XX en Iquitos a Miguel Loayza, hombre de confianza de Julio C. Arana y, como tal, confidente y cómplice de la violencia contra los indígenas de la familia etnolingüística Witoto, es decir los Andoque, Witoto, Ocaina y otros -, le dije.

- ¿Has conocido y entrevistado a Miguel Loayza? – me interrogó asombrado.

Entonces le narré con lujo de detalles que en los sesentas del siglo XX, cuando acababa de cumplir 22 años, decidí entrevistar a todos los sobrevivientes del ciclo del caucho que vivían en Iquitos, pero también a los últimos testigos de la revolución del capitán Guillermo Cervantes Vásquez de 1921 y a los actores de otros ciclos económicos de la Amazonía. En una de mis pesquisas y exploraciones llegué al asilo de ancianos Chanteclair, que estaba ubicada en la circular, como se denominaba y aún se denomina a la carretera al lago Moronacocha. Revisando la lista de hospedados en el asilo, descubrí nada menos ni nada más que a Zacarías Valdez Lozano, el lugarteniente de otro de los barones del caucho, Carlos Fermín Fitzcarrald.

Miguel Loayza vivía en el distrito de Punchana, en una casa de dos pisos que casi era una copia de esas casas donde funcionaba la administración en los campamentos caucheros en La Chorrera en el río Igara Paraná y El Encanto, en la confluencia del Caraparaná con el río Izá, el nombre indígena del río Putumayo. Tenía 90 años de edad y estaba fuerte como un shihuahuaco. Era más alto que bajo y su apariencia, para la edad que tenía y para la vida que había llevado, denotaba buena salud que se traslucía en su piel blanca y rosada. “Parece un puca bufeo”, pensé apenas empezamos a conversar.

Dubitativo y receloso al principio (me preguntó a quemarropa quién era, a qué me dedicada y por qué le visitaba), luego entró en confianza y me contó el sistema de trabajo en las caucherías, las pugnas con los colombianos a quiénes Julio C. Arana había comprado sus posesiones o los había desalojado a la fuerza y sobre la violencia contra los indígenas. Cuando terminó la entrevista y me despedí, una idea preocupante revoloteaba en mi cabeza. ¿Por qué para Miguel Loayza y seguramente para Arana y sus carniceros, entre ellos Víctor Macedo, Miguel Flores, Armando Normand, Abelardo Agüero y Augusto Jiménez, todos ellos denunciados por el periodista Benjamín Saldaña Roca, la inhumana crueldad contra los indígenas era algo natural?.

Tan natural que en los años setentas del siglo XX todavía se vendían esclavos indios en la plaza de armas de Atalaya, en el río Tambo. Tan natural que aún ahora, en el año 2010, lo he visto con mis propios ojos, persiste el semiesclavismo en el Yurúa, en el Purús, en el Putumayo, en Madre de Dios.

Si antes la causa de este oprobio contra los indígenas fue el caucho, el oro blanco, ahora es la caoba, el oro rojo de la Amazonía, las pepitas de oro de los ríos Huaypetue, Colorado e Inambari. Y en el presente y en el futuro la causa será el agua, la energía, la biodiversidad y las tierras amazónicas en el nuevo ciclo de las materias primas cuando la Amazonía vuelve a tener, en el siglo XXI, la misma importancia estratégica o más que tuvo a fines del siglo XIX y principios del siglo XX para la economía mundial.

El egoísmo, la sed insaciable de riquezas, la acumulación sin límites de bienes materiales encallece la conciencia y la moral de los seres humanos en todas las épocas y sociedades.

El tesoro de Bodley

- Hay muy pocos datos sobre Benjamín Saldaña Roca. Sé que era de origen judío. Pero se sabe muy poco o nada sobre su vida después de las denuncias contra la Casa Arana y sus crímenes -, reflexionó el escritor.

- Es cierto, en los años sesentas del siglo XX había muy pocas personas que lo habían conocido. Uno de ellos fue don Alfonso Navarro Cáuper, que fue una especie de secretario del Dr. Jenaro Ernesto Herrera, miembro de la magistratura loretana, director del semanario Loreto Comercial, escritor y erudito y sin duda el más prominente intelectual amazónico de las primeras décadas del siglo XX. Pero quizás la mejor forma de conocer a Benjamín Saldaña Roca es leyendo La Sanción y La Felpa -, le dije.

- He leído las únicas ediciones que he encontrado en los archivos -, dijo con cierto tono de desencanto.

- Yo he leído casi todas las ediciones -, le dije provocadoramente y como quién no le da importancia al asunto.

Mario Vargas Llosa se sobresaltó en su asiento y mirándome con una fijeza abrumadora, me preguntó:

- ¡Dónde!

- En el archivo Bodley, en la Universidad de Oxford, en Inglaterra -, le contesté.

Mario Vargas Llosa estaba hecho un mar de curiosidad. Su mirada denotaba que sólo esperaba la historia del tesoro Bodley.

Esta historia empieza en los ochentas. En esa década fui invitado a Europa y parte del periplo incluía Londres y Oxford. Teniendo como guías al periodista peruano Javier Farje, que en ese tiempo trabajaba en la BBC y a Andrew Gray, un joven inglés que dedicó su vida al estudio y defensa de los pueblos indígenas en especial de Madre de Dios y que murió trágicamente ahogado en el Atlántico, llegué a Oxford. Allí fue donde Gray me habló por primera vez del famoso archivo Bodley, guardado bajo siete llaves en el sótano de la biblioteca de la Universidad.

Gray estaba escribiendo en esos días el ensayo titulado The Putumayo Atrocities Re-examined y había leído y revisado posiblemente las miles de páginas guardadas en 13 cajas. El archivo Bodley atesora con seguridad la mayor cantidad de originales de documentos confidenciales acopiados por diversas fuentes y entregados a la Sociedad Antiesclavista de Londres y cuya difusión, por razones humanitarias y también comerciales y geopolíticas, provocó sin duda el primer escándalo mundial de los tiempos modernos y con ello el derrumbe del imperio Arana en la Amazonía Peruana.

Porque no hay que olvidar, para entender a cabalidad el Informe Casement, el por qué de la vasta repercusión que tuvo en el contexto político, económico y geopolítico de Europa, Estados Unidos y América Latina y del resto del mundo. Las denuncias de las atrocidades cometidas en los campamentos caucheros de Arana en el Putumayo ayudaron de modo decisivo y eficaz a los intereses colombianos en la región. Veamos. El 6 de junio de 1906 el Perú y Colombia suscribieron un acuerdo de modus vivendi en la zona de conflicto del Caquetá y del Putumayo. Pero menos de un año después, en octubre de 1907, Bogotá comunicó a Lima el cese unilateral del acuerdo. El gobierno de Lima pidió a Julio C. Arana que ayudara con su gente a repeler una posible invasión colombiana. Hubo enfrentamientos en las localidades de La Unión y La Reserva.

Todo este diferendo fronterizo culminó con el Tratado Salomón-Lozano, negociado y firmado secretamente por Leguía en el año 1920 y ratificado por el Congreso peruano el 20 de diciembre de 1927 y rechazado por todo el país y en particular por la población amazónica peruana. El entreguismo del dictador del oncenio le costó al Perú la pérdida de 128 mil kilómetros cuadrados del Trapecio Amazónico. Estados Unidos jugó un rol fundamental en la formulación y ratificación del Tratado Salomón-Lozano.

Con este acuerdo zanjaba su deuda con Colombia por el territorio panameño. En octubre de 1903 el presidente estadounidense Theodore Roosevelt traza su estrategia. Establece dos medios para vencer la resistencia colombiana. En primer término, una secesión: si los habitantes del Istmo tienen materialmente interés en establecer el canal en su territorio pueden, por tanto, proclamar su independencia y establecer un trato con Estados Unidos. En segundo término, en el caso de que la secesión no tuviese lugar, se produciría la invasión del Istmo. El 10 de octubre de 1903 Roosevelt escribe: “Estaría encantado de ver a Panamá convertirse en un estado independiente”.

La feroz campaña británica contra Arana, legítima en términos humanitarios, estuvo siempre cargada de cinismo y de intereses políticos y económicos. El gran historiador de la república, Jorge Basadre escribe a este respecto: “Las atrocidades en el Putumayo fueron bochornosas, pero no representaron, por lo demás, un hecho histórico aislado ni pueden ser imputadas al Perú como un baldón exclusivo o singular. Basta recordar lo ocurrido en Irlanda, África del Sur, Australia y Jamaica para mencionar unos cuantos casos en el imperio británico donde tanto abundaron las protestas en aquella oportunidad, así como el sojuzgamiento de los pieles rojas en Estados Unidos, el otro país donde halló estentóreos ecos el escándalo”.

La caída de Julio C. Arana y con él de todo el sistema cauchero de la cuenca amazónica tenía una innegable importancia económica. El imperio británico había establecido plantaciones del Hevea brasiliensis en sus colonias de Asia, en Indonesia, Java y Sumatra, con 70 mil semillas hurtadas por el mayor biopirata del siglo XIX, el agente inglés Henry Alexander Wickham en 1876 en el río Tapajós, en Brasil. Cuando se desata el escándalo del Putumayo y la Peruvian Amazon Rubber Company colapsa, ya los ingleses tenían lista una oferta de caucho producido en sus plantaciones asiáticas suficiente para cubrir la demanda mundial. Esta oferta cauchera terminó por arruinar toda la economía de la cuenca amazónica, derrumbando estrepitosamente el efímero esplendor de Iquitos, Manaus y de Belém do Pará. Esta última ciudad amazónica brasileña llegó a tener la mayor flota fluvial del mundo para transportar caucho.

Por esta y otras razones, resulta ingenuo pensar que las denuncias de Casement, que parecen calcadas a la que hizo sobre el Congo belga, hayan tenido sólo fines humanitarios. También por estas y otras razones, tanto Julio C. Arana como Roger Casement, cada uno desde sus propios intereses personales o nacionales, desde sus propias conductas o inconductas, fueron también piezas de un tablero de ajedrez donde se movían las estrategias económicas y geopolíticas de un imperio declinante y de otro emergente.

Andrew Gray me ayudó a tramitar el permiso especial de la Universidad de Oxford y una vez obtenido el documento me sumergí durante una semana en el escenario de pesadilla del Putumayo de la primera década del siglo XX, el teatro de horror que ha servido a Mario Vargas Llosa para escribir el capítulo amazónico de El sueño del celta.

Los archivos son 13 cajas de Pandora. Porque como en la versión del mito griego del poeta Hesíodo, los documentos revelan todos los males y desgracias de los seres humanos. En este caso de los indígenas Witoto. Por supuesto que una de las cajas contiene todo el dossier Casement. Luego están los testimonios y las evidencias bajo el título Evidence 1913. Minutes of Evidence taken before the Select Committee on Putumayo Atrocities, 1912.

Les atrocités du Putumayo. Les explications du Pérou por el juge Rómulo Paredes, es otro documento. Paredes, el juez que viajó en reemplazo del juez Carlos A. Valcárcel al Putumayo en marzo de 1911 se refiere a la British Peruvian Amazon Company y en su informe afirma que las mayores atrocidades son cometidas por los ingleses, es decir, los capataces barbadenses. También sostiene que el cónsul inglés en Iquitos desde 1903, David Cazes, sabía de los crímenes cometidos en los campamentos caucheros de Arana.

Un Index and Digest of Evidence to the Report and Special Report aporta testimonios de torturas y crímenes y otro titulado Select Committee on Putmayo Atrocities, 1912 agrega más pruebas. El archivo Bodley también guarda el famoso texto del norteamericano Walt Ernest Hardenburg The devil’s paradise. A catalogue of Crime y está dedicado al periodista Benjamín Saldaña Roca y al Dr. Darío A.Urmeneta. Hardenburg fue denunciado por Arana y personalidades de la política peruana de ese tiempo de ser un agente pagado por la cancillería colombiana para desprestigiar a Arana acusándolo de genocida.

En una de las 13 cajas está la correspondencia de la Peruvian Amazon de 1912 y 1913. En otra encontramos todas las cartas dirigidas a Walter Legge Comité Office House of Commons S.W. Otra de las cajas es el depósito de las cartas, memos y los contratos de trabajo. Uno de esos contratos es el suscrito entre J.C. Arana y hermanos, la razón social de la también llamada Casa Arana y Preston Johnson, de Barbados. El contrato establece un salario mensual de 5 libras esterlinas, más casa y alimentación en La Chorrera, además de medicinas gratis y pasaje de ida y vuelta a Iquitos. La fecha es del 25 de abril de 1908 y firma el contrato por The Peruvian Amazon Rubber Co. Ltd. el gerente general, Pablo Zumaeta, cuñado de Julio C. Arana.

Una de las cajas contiene la edición del diario El Comercio de Lima del miércoles 11 de setiembre de 1912 con un artículo titulado Los crímenes en el Putumayo. El Oriente, el decano de la prensa iquiteña, también informa al respecto en su edición del viernes 2 de diciembre de 1910. Está archivada asimismo la edición del diario La Prensa de Lima del lunes 25 de noviembre de 1912 que publica los artículos El Porvenir del Oriente Peruano, La despoblación de Loreto y sus causas y Un régimen inicuo donde el autor de las crónicas, Manuel Rivera Iglesias, señala que con el régimen esclavista del ciclo cauchero la población del Putumayo ha descendido de 61,125 habitantes a 45,000 pobladores.

En otra de las cajas están precisamente las ediciones de La Felpa del 1 de noviembre de 1907 y La Sanción del jueves 24 de setiembre de 1907.

- Pasado mañana me voy a Inglaterra invitado para dictar una conferencia en Oxford. Lo primero que haré luego de mi conferencia será ver el archivo Bodley -, expresó francamente emocionado Mario Vargas Llosa luego de escuchar mi versión del archivo Bodley.

El Socio de Dios

Creo que fue a mediados del año 1986 que recibí una llamada del cineasta y escritor cusqueño Federico García Hurtado pidiéndome una historia amazónica para su próxima película. Estaba decidido a no perder la continuidad creativa luego de su largo metraje Túpac Amaru (1984).

El tema amazónico que me pedía Federico García estaba hace tiempo en mi cabeza: Julio C. Arana, el Rey del Caucho. Había estado pensando además que para una película o una novela el título sería El socio de Dios, un título prestado al empresario norteamericano Roy Le Tourneau que, en los años cincuentas del siglo XX, se había instalado en el Ucayali con el sueño de conquistar la Amazonía con maquinaria y construir un imperio, el mismo sueño del multimillonario Henry Ford y su Forlandia en Brasil. Le Tourneau, que se hacía llamar El socio de Dios porque entregaba el 10 por ciento de sus utilidades a su iglesia, sucumbió lo mismo que Ford y otros que creen, como Francis Bacon (1561-1626), el llamado padre de la ciencia moderna, que a la naturaleza hay que someterla y conquistarla. Pero todos mueren en este intento porque con la naturaleza amazónica hay que coexistir y convivir armoniosamente como piensan y sienten los indígenas amazónicos.

El tema amazónico y el personaje Julio C. Arana entusiasmaron a Federico García. Me pidió que escribiera la sinopsis y luego juntos acordamos elaborar el guión técnico. Decidí entonces cumplir un antiguo reto, un viejo proyecto que había nacido en las interminables tertulias con Fernando Barcia García, descendiente de una poderosa familia cauchera de principios del siglo XX, político y dueño de un enciclopédico conocimiento de la historia y la vida de la Amazonía. Partí pues a realizar ese sueño: recorrer el Putumayo y sus afluentes del Igara Paraná, el Caraparaná y algunos de los campamentos donde, según la conclusión del Informe Casement, en 12 años de operaciones se habían extraído 4 mil toneladas métricas de caucho, con una utilidad de 1 millón 500 mil libras esterlinas y a un costo de 30 mil muertos indígenas.

Las referencias a los ríos Putumayo, Igara Paraná, Caraparaná y Caquetá y de los campamentos La Chorrera, El Encanto, Matanzas, Abisinia, Último Retiro y otros detalles de esa y otras travesías que efectué por el paraíso del diablo, de acuerdo al título de la novela de Walt Ernest Handerburg, desataron una profunda emoción en Mario Vargas Llosa.

- ¡Qué maravilla que hayas conocido esos territorios! -, exclamó.

- Si organizamos un viaje al Putumayo, ¿tú me podrías acompañar? -, me preguntó eufórico.

- Por supuesto, Mario, con mucho gusto. Sólo me avisas con tiempo la fecha de la partida -, le contesté.

Tuvimos tiempo aún de elegir el mejor mes para el viaje. “Junio o julio, en pleno verano amazónico, son los mejores meses para viajar por la Amazonía”, le dije. Pensé también, aunque me guardé el secreto, que durante ese viaje le haría conocer (si es que ya no lo conocía), le mostraría la solicitud que Julio C. Arana del Águila le entregó a Augusto B. Leguía, el 5 de enero de 1921, demandando el título de propiedad definitiva del lote Putumayo, con una extensión de 5 millones, 774 mil hectáreas, en posesión por compra y por ocupación por más de 20 años.

El documento es, sino el único, uno de los pocos alegatos personales que se conocen de Julio C. Arana dirigidos al gobierno peruano. A lo largo de sus 44 páginas no hay ningún propósito de mea culpa por los errores cometidos. Todo lo contrario, reclama para él el mérito de defensor de la patria para lo cual -dice- formó un ejército privado de centenares de licenciados que contuvo los aprestos invasores de las fuerzas del general Rafael Reyes, presidente de Colombia y antiguo extractor de cascarilla en el Alto Putumayo. Muestra las cifras que invirtió en la compra de propiedades colombianas por insinuación del presidente Pardo para contener la invasión del territorio peruano, 1 millón 710 soles.

Informa detalladamente sobre la construcción de 604 kilómetros de vías de herradura y de 175 kilómetros de caminos para viandantes para interconectar el Putumayo y sus afluentes, la dotación de sus vapores Liberal y Cosmopolita para la defensa nacional y sus aportes a las rentas fiscales por derechos de exportación desde agosto de 1901 al 30 de enero de 1920 por un monto de 103,960,000 libras peruanas, además del pago a la aduana de Iquitos de 200,000 libras peruanas por los derechos de importación de bienes para sus campamentos caucheros por 792,389.355 libras peruanas.

El título de propiedad definitiva del lote Putumayo de 5 millones, 774 kilómetros cuadrados fue expedido por Resolución Suprema Nº 103 del 12 de agosto de 1921. El inmenso territorio cuyos límites eran por el norte el río Caquetá, por el sur los ríos Tamboryacu, Algodón y Yaguas y por el este el río Yuris o Pupuñas y el oeste “montaña baldía” pasó a Colombia con la firma del Tratado Salomón-Lozano. En el año 1939 el gobierno colombiano acordó compensar a la familia Arana con 200 mil dólares por el bien perdido. En ese año desembolsó 40,000 y el año 1964 pagó el resto.

El viaje no se pudo realizar porque Mario Vargas Llosa tenía múltiples e impostergables compromisos, entre ellos, concluir en la fecha prevista El sueño del celta. Pero ahora que viajará a Estocolmo en diciembre de este año para recibir el Premio Nobel de Literatura del año 2010, con seguridad estará pensando en el Putumayo, en el paraíso del diablo, convertido, gracias a su enorme talento, en gloria literaria.

Lake Elsinore, California, 24 de noviembre del 2010.

Wednesday, February 09, 2011

Boogie El Aceitoso - Ficha Técnica

Boogie de frente y de perfil



Nombre: Boogie
Alias: el Aceitoso
Fecha de nacimiento: 1972
Lugar de nacimiento:
Revista Hortensia
Domicilio:
Desconocido
Padre, tutor o encargado:
Roberto Fontanarrosa
Estado civil:
soltero
Hobbies:
comprar armas, disparar a transeúntes desde la ventana de su departamento
Señas particulares:
anda todo el día con un cigarrillo en la boca
Personaje admirado:
Jack, el destripador
Personaje detestado:
el resto de la humanidad
Observaciones:
delincuente peligroso





"El sueño americano"




"Sé que Boogie me despreciaría mucho,
Por sudamericano de un país periférico
y por hispanoparlante.
No entraría dentro de sus amistades."

Roberto Fontanarrosa


Wanted. Buscado



"Tonto sentimental"


















Prófugo de la justicia desde su nacimiento, Boogie,
" el Aceitoso", se convirtió en un profesional de la violencia.
Matón a sueldo, sirve con efectividad asesina al mejor postor :
puede perseguir judíos, negros, homosexuales chicanos,
extorsionar a periodistas por orden de algún político,
protagonizar el aviso publicitario de la " 44 Magnum de
luxe" o - más humanitariamente- asistir a un suicida al
que el falta coraje para matarse.

Es rubio, musculoso, de fuerte contextura física. Mandíbula
a lo bulldog, tiene la típica dentadura, enorme y perfecta,
de sus admirados yanquis. " Seguí el consejo de Quino -
argumenta Roberto Fontanarrosa, su ideólogo- : ser lo más
libre posible de entrada, para no ajustarme al encadenamiento,
al cautiverio que significa ceñirse a una evolución a una
evolución cronológica" (1)

No obstante, desde hace algún tiempo, se le nota más gordo ;
su cuello perdió forma y ya no se afeita con asiduidad : Boogie
envejeció.

En los últimos tiempos, el personaje participa cada vez menos
activamente en las aventuras. Más que protagonista, se volvió
un relator de las historias de otros, ahora también calla y
escucha. No hay que dejarse engañar : sigue igualmente frío,
calculador, irónico y canchero, pero - luego de tanta inteligencia
puesta al servicio del mal - ya no pueden ser peor. Sólo le resta
confirmar su personalidad una que otra vez




"¿Cómo lo harías tú?"













Un duro al estilo yanqui






Seguramente Boogie casi no leyó libros en su vida , pero
- de no haber nacido en una historieta- bien podría haber
sido uno de los personaje del género policial negro ( Boogie "
¡sucio negro ¡") que aparecieron en los Estado Unidos a partir
del crack de la Bolsa de Wall Street, en 1929. El mismo tipo de
violencia -urbana, callejera, hostil- que se acentuó en la sociedad
con la crisis económica, permeó los relatos : el gangsterismo,
el tráfico de droga, los manejos sucios en la policía, la corrupción.

En un contexto similar se desenvuelve " el Aceitoso". El
tratamiento que intento dar al clima, a su entorno - sostiene su
autor ( material e intelectual)- es, ciertamente la recepción
que tiene en mí toda la información que uno recibe sobre
violencia, armamentismo, drogadicción, impunidad permanente.
Al ser un personaje corrupto le está permitido ser vulnerable a
todo eso, empaparse en ello. Si fuera un héroe convencional
sería escéptico, ajeno, y no creo que cumpliera la misma finalidad
con la misma eficacia (2)

A diferencia de lo que ocurría en el policial clásico, en la novela
negra no se distingue el fondo de la forma, se confunden la
víctima, el asesino y el detective. El investigador se ha vuelto
cruel, escéptico, mujeriego y bebedor ; más que juzgar al
criminal, lo comprende. Visión crítica de la sociedad, la narración
es guiada por un nuevo punto de vista: el del asesino .( Boogie
" Las contradicciones del sistema...) (3)



"He aquí un hombre de acción, duro de pelear, cuya sonrisa
pensativa constituye el gesto más peligroso : el



hombre
que odia recibir golpes sin devolverlos y que a nadie
persona, hombre o mujer, muerto o vivo" (4)

Asi era descrito el protagonista de Cosecha roja , de Daniel
Hammett, precursor de los personajes duros que, después ,
Boogie encarnó en las viñetas. Cuando Fontanarrosa publicó
por primera vez su tira, en la década del 70, los policiales
negros -ignorados en la Argentina hasta los años 60- cobraban
cada vez más lectores.

Como los detectives duros, " el Aceitoso" sabe moverse
en los suburbios neoyorquinos y en territorios cruzados por
los negros , los chicanos y los agentes de la CIA. Peleó en la
Guerra de Vietnam, en la de Nicaragua y en la del Golfo.
Mal que le pese, sin embargo no nació en un magazine yanqui
sino en una revista cordobesa. No por nada dice " Jelou" , en
lugar de " Hello".

Si hasta sus armas suenas distinto, herencia, probablemente,
del genio de Hugo Pratt, tal como sugiere Fontanarrosa.
" Él cambió la banda sonora de la historieta. Hasta que
apareció el Sargento Kirk disparando su rifle contra los
bandidos, en todas las historietas, los balazos sonaban :
¡¡¡bang, bang!!!. Pero, de pronto, el rifle de Kirk hacía
" crack.crack,crack". Pensábamos que habíamos escuchado
mal y tuvimos que volver a leerlo. Tiempo después, quizás
en el 55, desde la terraza de mi casa, escuché unos disparos


aislados y sonaban como los de Pratt".




Es imposible, además no asociar al personaje con los matones
argentinos, represores durante la dictadura militar y mano
de obra sin ocupación fija en democracia. " Durante el Proceso
pienso que pudo haber aparecido Boogie en ( el bar) El Cairo
- dice el dibujante- . Es más estoy casi seguro de que estuvo.
Vi a alguien corpulento que bajó de un auto con un cigarrillo
en los labios, cerrando la puerta con violencia. Entró por el
lado de la ochava como si el lugar fuera suyo. Llevaba saco
abierto para que uno entreviese el bufo. Boogie y sus amigos
decían que El Cairo era una cueva de zurdos y seguramente
él estaba allí para llenarnos de espanto"


Amor filial


Boogie se relaciona con al mundo de un modo utilitario y
establece vínculos descartables con todo lo que lo rodea :
trabajos, compañeros de bar, mujeres. Su única relación es
con las armas, a las que quiere, cuida y protege como no hace
con ningún otro ser.

De la madre, sólo es posible precisar que ya no vive y que
se llamaba Eileen Jennifer Olmstead; en cuando al padre,
apareció una sola vez en una tira que Fontanarrosa consideró
tan mala que no fue recopilada en ningún libro. " El Aceitoso"
tuvo también un hijo - a quien le dio para jugar una granada,
pero esterilizada-, una tía y un primo, Ultra, el único
familiar con el que tuvo un contacto algo más sostenido.


"Todo lo humano me es ajeno"


Dos capítulos de Ultra fueron publicados en la revista Tinta,
en 1972, y el resto de la historia permaneció inédita hasta
veinticinco años después, cuando fue recopilada en un libro
por la editorial de la Universidad Nacional de Rosario, que
se incorporó al presente tomo.

"El Aceitoso" nació como parodia de Harry , el Sucio mientras
que su primo había tomado como referencia a James Bond,
el agente 007 y eso marcó las diferencias desde el inicio.
" Boogie se mueve por dinero. Ultra, en cambio, responde a
razones que han pasado de moda : los ideales, la humanidad,
alguna patria, el trato fraterno- explica Reynaldo Sietecase en
el prólogo de esa edición -. A diferencia de Boogie, con su realismo
duro, Ultra tiene un simbolismo poético que después no se
repitió en los trabajos posteriores de Fontanarrosa. Hay un
dragón con cierta melancolía, una nena que baila y desaparece,
una persecución de un hombre misterioso Helotro y más "

Ambos se parecen físicamente. De su primo, " el Aceitoso"
adoptó la forma de sostener el cigarrillo entre los labios y
también los chistes breves, la ironía, ciertas referencias y
los juegos con los textos. Boogie le guarda algo que en otros
podría llamarse cariño, sobre todo por aquellos primeros
años de la década del 70, cuando se sentaban a beber y
fumar juntos. La última noche que se vieron, le advirtió
" terminarás muerto defendiendo una causa perdida, o
enamorado. No sé que es peor" (5)




Vivo o muerto





















En la década de 70 Boogie comenzó a aparecer en el diario
El Tiempo, de Colombia, y -luego de ser mudado de suplemento
- su publicación fue finalmente suspendida porque, según
argumentaron los editores, volvía simpática la imagen del
"sicario", como se denomina allí a los asesinos a sueldo.

Por entonces, le llegaron a Fontanarrosa varias cartas de
lectores que defendían al personaje. "Era una cosa terrible,
tipos contentos porque por fin llegaba alguien que les pegara
a los negros y a las mujeres". Una feliz lectura literal,
que no interpreta la parodia.

A lo largo de su existencia, el personaje se instaló a punta
de pistola en diversas revistas nacionales -como Humor y
La Maga
- e internacionales -como el prestigioso semanario
Proceso
de México-. Allí su nombre ingresó al lenguaje
político: "ése es un Boogie" se llegó a decir para mencionar
a tipos de oscuros procedimientos e intenciones.

Desde 1974, en que apareció la primera recopilación de
páginas del héroe en forma e libro, publicada por Ediciones
de la Flor, doce tomos renovaron su contacto con los lectores :
el último, salió a la venta en 1995. un centenar de historietas
no incluidas en ninguno de esos libros están en el presente volumen.



Pero no sólo en la Argentina se leyeron en libros las andanzas
de Boogie. En 1975 se publicó en Italia, una


selección en un
librito de la colección " Comic Strip" de la editorial E.A.,
bajo el equívoco título de Bogart. Mucho más dignamente
apareció, también en italiano , Boogie, l Oleoso, en publicado
en 1989 por Glénat. En Brasil se llamó Boogie, o Seboso, y lo
editó L&PM Editora de Porto Alegre.

Conservand su nombre real, la editorial La Oveja Negra
publicó en Colombia siete volúmenes que correspondían a
los primeros de la edición argentina.

Mercenario sin vergüenza para inmiscuirse en cualquier
asunto, hasta sirvió de inspiración a Fernando Aure para
su ópera Un sueño olvidado, que presentó en 1989 en el Centro
Experimental del Teatro Colón.

Sin que pueda ser localizado desde hace ya bastante tiempo,
se vio a " el Aceitoso" por última vez en las páginas del
suplemento Rosario/12. Pero se trata de otra de sus viles
patrañas : esas aventuras no son nuevas. A esta altura, ya es
buscado hasta por su propios autor: " El caso es que la gente
como Boogie, es que tiene la violencia como gesto, me da mucho
temor. No me gustan nada esos tipos que dividen las cosas con
una línea tajante entre amigos y enemigos".

Se recompensará con un ejemplar del presente libro a quien
pueda aportar algún dato sobre Boogie " el Aceitoso".
Vivo a muerto. ( Boogie : ¡ Oh , Shit ¡")




Judith Gociol













Referencias

(1) Braceli, Roberto , Fontanarrosa, entrégate. Ediciones de la Flor, Buenos Aires , Argentina , 1992. De la extensa entrevista que allí se reproduce fueron tomadas. Salvo aclaración en contrario- el resto de las declaraciones que se citan de Fontanarrosa.
(2)
Ruiz Ibarlucea, Alicia. (selección y prólogo), Cuentos policiales argentinos. Huemul, 1989.
(3) "Las contradicciones del sistema" ver página 56.
(4) Braceras, Elena, Cristina Leytour y Susana Pittella, El cuento policial argentino, Plus Ultra Buenos Aires, 1986
.
(5)
Sietecase, Reynaldo (prólogo) Ultra. UNR, Editora, Rosario, 1997.

BOOGIE El Aceitoso

El próximo mes me nivelo (Julio Ramón Ribeyro, 1969)

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