“POR MUY PEQUEÑO QUE SEA UN HOMBRE, SIEMPRE DESCUBRIRÁ QUE PUEDE SERLO MÁS”. Contactándonos con Charles Bukowski (*)
Quería tomar algo y fui al Antro Azul. No era que el sitio se llamara exactamente de esa manera; es más, que yo recuerde no tenía ningún nombre, pero era de verdad un antro a las justas iluminado por una pastosa y mortecina luz azul que se desparramaba por las paredes, oprimiéndole a uno el alma y tiñéndolo todo de color muerte. Así que normal, pues: el Antro Azul. Estar ahí sentado hacía que uno se sintiera desgraciado, desequilibrado o al borde de la locura, pero la cerveza era barata y no le añadían agua... aunque los tequeños no supieran a queso ni a nada semejante. Como siempre, ahí no había ni un alma, salvo un viejo escandaloso situado al final de la barra que a gritos me pedía que le comprara una cerveza. “¡Chevecha, chevecha!”, escuchaba. Estaba por decirle que se la comprara su vieja cuando en esa añeja y en apariencia bombardeada cara reconocí a Charles Bukowski, el viejo indecente. No tenía para pagar otra chela, pero aún así, ni cojudo, le acerqué la mía y aproveché para pedirle una entrevista; el bueno de Hank me miró con ojos severos y pidió por ella 500 dólares.
Por: Fernando González Nohra
F.G.: No seas malo, pues compadre, esto es lo único que puedo darte.
C.B.: Es una pena, por 500 dólares soy capaz de convertir a Burt Reynolds en lesbiana. Pero estoy aburrido, así que a ver si dejas de mirarme tanto y empiezas de una vez.
Es que tienes una cara de... ¡mjm! Perdón, una cara especial, como si hubieses llegado al final de algo.
Yo creo más bien que es una cara parida a golpes, tuve granos como forúnculos. Además, en 1989 superé una tuberculosis.
Eres un tipo duro, el chico malo, el estlit faitel...
Sí, soy el mito. El incorruptible, el único que no se ha vendido. Mis cartas se subastan en el Este por 250 dólares. Y yo no puedo comprarme una bolsa de pedos. ¿Qué dices de eso?
Nada, aparte de que es un chiste viejo. Bueno, ya: hay gente que dice que tu literatura se parece un montón a la de Hemingway. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Que están equivocados: el tipo sabía escribir, pero no sabía reírse.
Ya que descartamos a Hemingway, ¿cuáles consideras que fueron tus influencias? Mejor dicho, ¿tuviste alguna?
Claro, cómo no. Al principio lo fueron Céline y Knut Hamsun... hasta que conocí a John Fante, el único al que he podido besarle el culo. Luego me gustó Camus, pero cuando empezó a hacer discursos en las academias, murió su fuerza de escritor. No fue un accidente de automóvil lo que lo mató, no. Por eso ahora mi principal influencia soy yo mismo.
¡Asu, qué tal moralón! Entre tus libros de cuentos, novelas y poemas, se ve que escribiste un huevo. ¿Qué es lo que quisiste decir con tu obra, qué buscabas con ella?
Nada, mi obra no tiene un significado especial que yo sepa. Yo no buscaba justicia ni lógica. Nunca lo he hecho. Quizás por eso nunca escribí cosas de protesta social. Para mí, la estructura entera carecería siempre de sentido, al margen de lo que hicieran con ella. Realmente no puedes sacar nada bueno de algo que no está ahí.
¿Qué piensas entonces que es lo más importante que ha dejado tu escritura?
He recibido muchas cartas de gente que afirma que mi escritura le ha salvado el pellejo. Pero yo no la escribí para eso, la escribí para salvar mi propio pellejo. Eso es lo primero que debe hacer la escritura. Si lo hace, entonces será automáticamente jugosa, entretenida.
Leyéndote uno al toque se da cuenta de que disfrutabas escribiendo tu obra, que gozabas con ella. ¿Esto la hace buena?
Sólo existe un juez definitivo de la escritura, y es el escritor. Puedo asegurar que el dolor no crea la escritura sino que la crea el escritor, cuanto más viejo es un escritor, mejor debería escribir; ha visto más, sufrido más, perdido más, está más cerca de la muerte. Esta última es la mayor ventaja.
Ya que tocamos el tema: el suicidio, tanto como el dolor y la muerte –aparte, claro, de las putas y de las borracheras–, ha sido siempre un tema recurrente en tus textos. ¿Por qué esto?
Hay algo en mí que no puedo controlar. No puedo cruzar un puente con el coche sin pensar en el suicidio. Nunca puedo contemplar un lago o un océano sin pensar en el suicidio. Bueno, tampoco le doy demasiadas vueltas. Pero se me aparece de repente en la cabeza: SUICIDIO. En cambio la muerte tenía muy poco significado para mí. Era la última broma de una serie de bromas pesadas.
Muchos de los que se ensañan con tus huevos se justifican en el hecho de que te centraras tanto en el fracaso y en la figura del perdedor como motivo de tu obra.
Es que el conocimiento es, si no se aplica, peor que la ignorancia. Yo no era un hombre que pensara, yo me movía por lo que sentía y mis sentimientos se dirigían a los lisiados, a los torturados, a los condenados y a los perdidos, no por compasión sino por camaradería, porque yo era uno de ellos, y también trabajé por sueldos de miseria mientras un pez gordo violaba vírgenes de catorce años en Beverly Hills. Como ellos, yo estaba perdido, confuso, era indecente, miserable, miedoso y cobarde; injusto, y amigable sólo a ráfagas, y aunque estuviera jodido, sabía que eso no me ayudaba, no me curaba, sólo reafirmaba mis sentimientos.
En consecuencia no te consideras un intelectual
¿Quién, yo? Jamás. Un intelectual es un hombre que dice una cosa simple de un modo complicado; un artista es un hombre que dice una cosa complicada de un modo simple. Yo me considero un artista. Aunque lo soy muy raras veces. La mayor parte del tiempo no soy nada.
Solo un loco más, ¿no es cierto?
Pues sí, a veces la locura se hace tan real que deja de serlo.
Por eso los bares, el hipódromo, ¿ah? Las putas...
Ante la sola mención de estos lugares, Hank se sumió en el silencio, en lo que parecía ser el abismo insondable de su memoria. Pensé que de hecho el hombre preferiría estar timbeando. Y así un buen rato hasta que de pronto, con los ojos súbitamente anegados, encendió un pucho y me confió:
Cada quien está clavado en su cruz especial. Y el momento de buscar trabajo atravesaba con pedos y eructos mi loco horizonte. Iba a los hipódromos para intentar escapar de la fábrica, de la oficina de correos de los Estados Unidos. Iba allí buscando una oportunidad en la vida.
No te entiendo. Si después de que se te brindara, neciazo, seguiste siendo un asiduo a las carreras...
Te digo una cosa: he intentado alejarme del hipódromo, pero me pongo muy nervioso y me deprimo, y esa noche no tengo savia que infundir a la máquina de escribir. La humanidad hiede, y supongo que sacar mi culo de aquí me obliga a mirar a la Humanidad. Es sencillamente demasiado, un continuo espectáculo de los horrores. Me aterroriza. Pero también soy, hasta ahora, una especie de estudioso. Un estudioso del infierno.
El infierno de la vida diaria, ¿verdad?
Levanté la vista esperando su respuesta, pero Hank ya no estaba. Se había largado, y sin siquiera despedirse o agradecerme por la cerveza. Me dirigí al tipo de detrás de la barra y le pregunté si acaso había visto qué dirección tomaba el teclo en su salida. Dijo que no, por supuesto, que estaba loco, que me había pasado todo el rato hablando solo. Hasta las caiguas, la verdad... sobre todo porque no recordaba haberme chupado esa cerveza...
* Textos de las respuestas tomados de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, Shakespeare nunca lo hizo, Se busca una mujer, La máquina de follar, Música de cañerías y Escritos de un viejo indecente.